Según algunos historiadores, Solimán admiraba profundamente a Alejandro Magno, y esperaba emularlo y crear un imperio que englobara Europa, Asia Menor, África y Oriente Medio. Tras llegar al poder, Solimán empezó a planear una campaña contra Europa y los Balcanes.
En 1521, justo un año después de proclamarse gobernante, Solimán capturó Belgrado. Al año siguiente, les arrebató la isla de Rodas a los Caballeros de San Juan. En 1526, derrotó a los húngaros en la batalla de Mohács y mató a su rey, Luis II, en combate.
Tras la muerte de Luis II, se hizo con el trono húngaro Fernando I, el Habsburgo archiduque de Austria. Con la intención de debilitar el poder de los Habsburgo en Europa del este, Solimán apoyó las pretensiones de Juan I Szapolyai, señor de Transilvania. En 1529, asedió Viena. Aunque el asedio no tuvo éxito, sí que sirvió para mantener a la potencia húngara concentrada en Europa; así, cedió de forma efectiva el control de la mayor parte de Hungría al títere de Solimán, Juan. Cuando Juan murió en 1540, los austríacos volvieron a ocupar la Hungría central. Ambas fuerzas continuarían batallando sin obtener resultados durante los 20 años siguientes, hasta que firmaron un tratado de paz en 1562, cuatro años antes de la muerte de Solimán.
Para dar apoyo a sus campañas por tierra, Solimán creó también una gran armada en el Mediterráneo, la primera de este tipo en la historia otomana. Puso al mando de sus fuerzas a Jair al-Din (conocido en occidente como Barbarroja), un antiguo pirata con un talento nato para la guerra naval que derrotó a las fuerzas combinadas hispano-venecianas en 1538, lo que proporcionó a los otomanos el dominio del Mediterráneo oriental durante los siguientes 40 años.